No hay consuelo para mí



Desde el mismo hermoso día
en que te fuiste de aquí,
no hay consuelo para mí
adorada prenda mía.


Un día espectacular
la olorosa primavera
te perfumó aquella vera
para que puedas marchar.
Acostumbrado a ganar
no pensé que perdería,
sin ti, la casa vacía
quedó, y yo, a la ventana
me acerco cada mañana
desde el mismo hermoso día.


Y mirando el precipicio
que veo en vez de jardín
me doy cuenta que fui ruin
al maltratarte de vicio.
Abusando de tu juicio
solo amarguras te di,
lloro al saber que perdí
en ti a la mujer amante,
qué aciago aquel instante
en que te fuiste de aquí.


Ahora siento tu ausencia
y hasta me falta el aliento
vivo medio somnoliento
y te sueño con frecuencia.
Con mi cargo de conciencia
en el espejo me vi,
soy un triste Yaraví
el ¡ay! en mí es perdurable
pues sabiéndome culpable
no hay consuelo para mí.


Pusiste fin al vaivén
a que estabas sometida
y entiendo que esta medida
la tomaste para bien.
Por creerme ¡no sé quién!
no te amé como debía,
si actuaste con osadía
tú no vas a retractarte
y es tarde para llamarte
adorada prenda mía.


* planta de la décima “Rigores de la ausencia” del Cucalambé.

© 2007 Luis Bárcena Giménez

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